Este es sin duda un lugar al que siempre he querido y que por fin pisé in situ. Un lugar con una enorme carga histórica en la anigua Grecia, y que sin duda no deben perderse si visitan el país heleno.
Ubicada en una ladera del monte Parnaso, en el valle del río Pleistos, junto a la actual población de Delfos, y muy cerca de la costa norte del golfo de Corinto, en Grecia, está a unos 10 kilómetros de la costa y a casi 200 kilómetros de Atenas.
Delfos fue considerado el ombligo de la tierra por los antiguos griegos. Allí existía ya un templo dedicado al dios Apolo en el siglo VIII a.C., y desde entonces se estableció una red de peregrinaje que unía toda Grecia con ese lugar.
Por aquel entonces era normal que las ciudades o polis enviasen delegaciones sagradas que debían transmitir al oráculo preguntas sobre los asuntos públicos.
Junto a estas delegaciones oficiales viajaban particulares aprovechando su protección, y cuyas preguntas debían de diferir, lógicamente, de las que formulaba una ciudad: preguntas seguramente relacionadas con la conveniencia de un matrimonio, los hijos, o los riesgos en los negocios, etc
De las más de 500 preguntas y respuestas conservadas a dia de hoy sólo se consideran históricas unas 55, y la mayoría responden a cuestiones políticas, bélicas o religiosas por las que se interesaron las ciudades.
Las delegaciones se mandaban a Delfos coincidiendo con los momentos propicios para la adivinación, que en su origen se limitaban al séptimo día del mes de bysios (a mediados del invierno), en el aniversario del nacimiento de Apolo; posteriormente se ampliaron al séptimo dia de cada mes.
Aunque al santuario acudían multitud de peregrinos en busca de alguna orientación sobre decisiones que debían tomar, la función esencial del oráculo no era predecir el futuro, sino proveer de sanción divina a las decisiones políticas de las ciudades: es decir, ratificaba leyes e incluso constituciones, aprobaba la fundación de nuevas ciudades y de colonias, aconsejaba empresas bélicas o las censuraba.
Por tanto, aunque Delfos no intervenía directamente en la política de las ciudades, su oráculo podía ser usado como arma política en caso necesario.
En cuanto a la llegada al santuario
Cuando los peregrinos llegaban al pie del monte Parnaso, donde estaban la ciudad de Delfos y el templo de Apolo, los recibía el próxenos, el embajador que cada polis tenía en el santuario y que atendía por igual a embajadores y a ciudadanos particulares.
Aunque las colas para entrar debian ser multitudinarias, lo cierto es que ciudades como Atenas o Esparta disfrutaban del privilegio de la promanteia, la prioridad de consulta, de la que se beneficiaban tanto sus emisarios como los ciudadanos particulares que los acompañaban.
Lo primero que encontraban los viajeros, a un kilómetro y medio del recinto aproximadamente, era la zona conocida como Marmaria, por los mármoles de los edificios allí construidos, entre ellos el templo circular de Atenea Pronaia. Luego los peregrinos pasaban por la fuente Castalia, que brotaba entre las dos piedras Fedríades y se purificaban con sus aguas. Acto seguido entraban en procesión por la vía Sacra, ya en el interior del santuario propiamente dicho.
La vía Sacra ascendía en pendiente flanqueada por los tesoros de las más prominentes ciudades: Sición, Sifnos, Tebas, Atenas, Corinto, Massalia. Estos tesoros eran pequeños templos o capillas en los que se conservaban donaciones que los ciudadanos de una polis entregaban al santuario.
A continuación, se llegaba al templo de Apolo, más arriba del cual se encontraban la palestra, el gimnasio, el estadio y el teatro. Este edificio, con capacidad para unos 5.000 espectadores, acogía los certámenes artísticos de los juegos píticos, que se celebraban en honor de Apolo e incluían competiciones atléticas y celebraciones religiosas.
En cuanto a la consulta al oráculo de Delfos
Frente al templo estaba el altar para los sacrificios. Las consultas al oráculo se «pagaban» en forma de sacrificio o de pastel: el propio templo vendía los animales que debían sacrificarse y las tartas sagradas.
Aunque no se conocen las tarifas, es de suponer que el precio mínimo por la ofrenda sería asequible para un ciudadano medio.
Sin embargo, los más pudientes solían ofrecer, además de un sacrificio, presentes como estatuas y otros obsequios.
Lógicamente, las tasas en forma de sacrificios o tartas que había que comprar para acceder al oráculo debían de ser mucho más elevadas para las consultas cívicas que para las privadas.
No se sabe a ciencia cierta cómo era la organización en el interior del templo. Allí se encontraban la sacerdotisa pitia, por cuya boca hablaba Apolo, y el cuerpo de sacerdotes que la atendía y que se repartía las diferentes tareas.
El peregrino entraba en el templo a través del chresmographeion, donde se guardaba el archivo del santuario con la lista de consultantes, sus preguntas y respuestas, así como la lista de vencedores en los juegos píticos; probablemente allí formulaba su pregunta.
Según la tradición, en la parte más recóndita del templo de Apolo había un lugar subterráneo, el ádyton, al que la pitia descendía, con una corona y un bastón de laurel, cuando le llegaba el momento de entrar en éxtasis y comunicarse con la divinidad.
Se cuenta que ahí masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante.
Pero el ritual de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad. Los relatos de diferentes historiadores griegos ofrecen una imagen muy distinta de cómo se desarrollaba.
¿Cómo era en realidad el ritual de la consulta?
Plutarco, que además de historiador y biógrafo fue sacerdote de Apolo en Delfos, no comparte esta versión. Él vivió a caballo de los siglos I y II d.C., y explica que el ádyton estaba abierto a los consultantes y no era una habitación secreta; y no dice nada sobre el frenesí o trance de la pitia, ni sobre lo incoherente de sus palabras. Sólo en una ocasión refiere que la sacerdotisa se retira a un lugar subterráneo, pero ello sucede en un momento en el que se siente indispuesta y no logra profetizar, cosa que la lleva a la locura.
Por otro lado, el historiador Heródoto, que vivió en el siglo V a.C., relata la entrada del dirigente espartano Licurgo en el recinto de la sacerdotisa y afirma que ella le habla directamente, sin esperar siquiera a su pregunta y, de hecho, le dicta la constitución espartana.
También Jenofonte parece tener una relación directa con la pitia cuando, a finales del siglo V a.C., le pregunta a qué dioses debe encomendarse para tener éxito en el viaje que luego narrará en su Anábasis, el épico itinerario de un ejército de mercenarios griegos a través del Imperio persa.
Es más, algunos ejemplos de consultas históricas que se han conservado presuponen no sólo que la pitia estaba presente ante los consultantes, sino que se dirigía directamente a ellos, como cuando los atenienses le solicitaron que escogiera los nombres de las diez tribus de su ciudad, o cuando los tesalios le pidieron que eligiera a un rey.
Al parecer, en ambos casos se ofreció a la sacerdotisa una urna con distintos nombres para que ella eligiese. En definitiva, lo que ocurría dentro del templo y la manera en que actuaba la profetisa constituye un misterio.
En cuanto al origen de su inspiración, se ha intentado explicar por el uso de sustancias psicoactivas que podían estar presentes en el agua o el laurel, o por algún vapor que actuara sobre su conducta (parece que está confirmada la existencia de etileno en el subsuelo de Delfos). Incluso hay quien afirma que pudo recurrir al hipnotismo o algún tipo de sugestión.
En cuanto a la decadencia de DELFOS y su oráculo
Después de la consulta, el peregrino regresaba al chresmographeion, donde los prophetai o sacerdotes le entregaban por escrito un informe oficial y la respuesta del oráculo interpretada y formulada solemnemente, a menudo en verso.
Tras esto emprendía el viaje de regreso a casa, tan peligroso como el itinerario de ida. De hecho, la gran cantidad de problemas y obstáculos a los que se enfrentaron los peregrinos entre el estallido de la guerra del Peloponeso (431 a.C.) y el advenimiento de Alejandro Magno contribuyó a la pérdida de importancia del oráculo y al desuso de las rutas de peregrinaje.
Durante la guerra, por ejemplo, los atenienses se acostumbraron a visitar el oráculo de Dodona porque Delfos había caído en manos espartanas.
El prestigio de Delfos comenzó su declive tras la muerte de Alejandro, en el 323 a.C., aunque continuó siendo un centro de atracción durante la época helenística y el período romano.
Por fin, en el 391 d.C., el emperador romano Teodosio decretó el cierre de todos los oráculos y la prohibición de la adivinación de cualquier tipo. El cristianismo había silenciado la voz de los antiguos dioses...
En mi estado de wazzup tengo "Nada en exceso, conoce tus propios límites", una cita de Delfos 🙂
gracias @eleperez , se hace lo que se puede 😉, y si lo que publico sirve para que los demás se animen a compartir experiencias y saber más, yo encantado!!!! 😉
me encantan tus historias y recomendaciones @lexsts 😉