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Historia

LA CRISIS DEL ESTIÉRCOL DE CABALLO DE 1894

Las ciudades del siglo XIX dependían de miles de caballos para su funcionamiento diario. Todo el transporte, ya fuera de mercancías o de personas, era tirado por caballos. 

La gran ciudad de Londres en 1900 tenía 11.000 taxis, todos con caballos. También había varios miles de autobuses, cada uno de los cuales requería 12 caballos cada día, un total de más de 50.000 caballos. 

Además, había innumerables carretas y carros, todos trabajando constantemente para entregar los bienes que necesitaba una población en rápido crecimiento en la que entonces era la ciudad más grande del mundo.

El problema, por supuesto, era que todos estos caballos producían enormes cantidades de estiércol. Un caballo producía en promedio entre 6,8 y 15,8 kgs de estiércol al día. 

En consecuencia, las calles de las ciudades del siglo XIX estaban cubiertas de estiércol de caballo. Esto, a su vez, atrajo a un gran número de moscas, y el estiércol seco y molido se esparció por todas partes. 

Cada caballo además producía alrededor medio litro de orina al día y, para empeorar las cosas, la esperanza de vida promedio de un caballo de trabajo era de solo alrededor de 3 años. Por lo tanto, los cadáveres de caballos también tenían que ser retirados de las calles. 

Los cuerpos a menudo se dejaban pudrir para que los cadáveres pudieran cortarse más fácilmente en pedazos para retirarlos. Por tanto, aparte del olor, las implicaciones para la salud humana eran enormes. La civilización dependía del caballo, pero el caballo ahora comenzaba a envenenar a la gente.

En 1898 se convocó en Nueva York la primera conferencia internacional de planificación urbana. Se abandonó a los tres días, en lugar de los diez previstos, porque ninguno de los delegados veía solución a la creciente crisis que planteaban los caballos urbanos y su producción.

De hecho, el problema parecía intratable. Cuanto más grandes y ricas se volvían las ciudades, más caballos necesitaban para funcionar. Cuantos más caballos, más estiércol. 

Escribiendo en el Times de Londres en 1894, un escritor estimó que en 50 años todas las calles de Londres estarían enterradas bajo casi 3 metros de estiércol. Además, todos estos caballos tuvieron que ser estabulados, lo que consumió áreas cada vez más grandes de tierra, que cada vez era más valiosa debido al crecimiento demográfico. A medida que crecía el número de caballos, se tuvo que dedicar cada vez más tierra a producir heno para alimentarlos (en lugar de producir alimentos para la gente), y tenía que ser llevado a las ciudades y distribuido en vehículos tirados por caballos. Parecía que la civilización urbana estaba condenada.

Por supuesto, la civilización urbana no fue enterrada bajo estiércol. La gran crisis se desvaneció cuando millones de caballos fueron poco a poco reemplazados por vehículos a motor. 

Esto fue posible gracias al ingenio de inventores y empresarios como Gottlieb Daimler y Henry Ford, y un sistema que les dio la libertad de poner sus ideas relativas al automóvil en práctica. 

Incluso aún más importante que esto, sin embargo, fue la existencia del mecanismo de precios. Los problemas descritos anteriormente significaron que el precio del transporte tirado por caballos aumentó constantemente a medida que aumentaba el costo de alimentar y alojar a los caballos, lo que creó fuertes incentivos para que la gente encontrara alternativas.

La contraparte moderna más cercana al pánico de fines del siglo XIX por el estiércol de caballo es la agitación sobre el curso futuro de los precios del petróleo, el cambio climático, las hambrunas, los desastres naturales, etc.

En una economía de mercado competitiva, una verdadera economía de mercado, no intervenida por los Estados, a medida que cualquier recurso se vuelve más costoso, el ingenio humano encontrará alternativas, normalmente apoyadas en la tecnología, pero para ello hay que dejarle hacer.

Los seres humanos, abandonados a su suerte, normalmente encontrarán soluciones a los problemas, pero sólo si se les permite hacerlo; es decir, si tienen herramientas económicas, derechos de propiedad y libre intercambio de ideas y mercancías, herramientas que creen los incentivos correctos y les den la libertad de responder a los desafíos. Si éstas están ausentes o son reemplazadas por mecanismos políticos, los problemas no se resolverán.

La historia de la crisis del estiércol nos enseña que deberíamos rechazar el “principio de precaución” actualmente de moda, que prohibiría el uso de cualquier tecnología hasta que se pruebe que es absolutamente inocua en todos los aspectos habidos y por haber.

Abandonados a sí mismos, nuestros antepasados resolvieron el gran problema del estiércol de caballo. Si las cosas se hubieran dejado en manos de los políticos y agoreros de las grandes catástrofes, es casi seguro que habrían resultado peor, pues quien sabe cuánto hubiera tardado en llegar la gran revolución tecnológica que supuso el automóvil.

Comentarios (5)

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lexsts • Hace 2 años, 6 meses

Una curiosísima historia....😉

pedro • Hace 2 años, 6 meses

madre mia, tenia que ser terrible....y el los olores....

rafa38 • Hace 2 años, 6 meses

😲😲

silviag • Hace 2 años, 6 meses

totalmente de acuerdo @mariogom34

mariogom34 • Hace 2 años, 6 meses

lo desconocía por completo, aunque era de suponer, es muy interesante y un ejemplo más de que la tecnología bien empleada hace avanzar al ser humano...ojo, bien empleada, y no es ese el uso que se le pretendedar por algunos ahora y en el futuro....de hecho parece que desgracidamente vamos hacia un mundo mas controlado cada vez si no lo impedimos...