Reflexiones

LA MATÉ PORQUE ERA MÍA

La historia de Aurora e Hildegart Rodríguez, madre e hija respectivamente, constituyen biografías únicas por las particularidades que revisten ambas protagonistas, por su relación y por el momento histórico en el que vivieron sus delirios, sus grandezas y sus obras.  Esta asombrosa y macabra historia merece ser contada, una vez más, no solo por el parricidio que involucra, sino porque también la mujer que la protagonizó fue una brillante y prolífica escritora, adelantada a su época, y prototipo  de la utopía del ser humano perfecto.

Aurora, la madre, nació en 1890 en la localidad de El Ferrol, en el seno de una familia adinerada. Su padre fue abogado y su madre, una mujer enfermiza, murió antes de que Aurora cumpliese los 14 años. La joven se fue convirtiendo en una mujer introvertida y reflexiva que disfrazaba su carácter con una máscara de violencia y rebeldía: llegando a alardear el no haber sido “nunca doblegada por nadie”, ni con halagos ni con castigos. Desde muy pequeña, la idea de crear un ser humano perfecto fue concebida como una “misión”, quizá producto de la lectura ávida de libros de socialistas utópicos que se encontraban en la biblioteca de su padre. Un episodio detonante marca su infancia, cuando a los cinco años su padre le regala una muñeca mecánica, ante la cual la niña pregunta por qué hay que darle cuerda y su padre le responde porque la muñeca no está viva. Aurora decide, en ese momento según sus propias declaraciones, que algún día tendría una muñeca de verdad, que no necesitara que le dieran cuerda y que fuera un ser perfecto. También, durante su infancia, la impresiona un caso atendido por su padre en el que una mujer quería separarse de su marido a quien aborrecía, pero si ella lo abandonaba, la hija de ambos quedaría bajo la tutela del cónyuge pues la ley lo favorecía, por lo que la mujer decide quedarse junto al esposo para no perder a la niña, aunque sentía una viva repulsión por él. Aquello influyó en Aurora de tal forma que decidió no casarse nunca, lo que era fuertemente reprobado durante esa época en España.

En tanto, cuando la hermana de Aurora queda embarazada y se va a Madrid, le deja a su hijo. Aurora se hace cargo del niño, a quien le enseña piano; debido a que luego sería conocido como el “Mozart español” por su precoz talento, la mujer siente que posee un eficaz método de enseñanza, el que aplicará posteriormente con su propia hija.

Una vez que el padre de Aurora muere y puede vivir de rentas heredadas, decide buscar a un hombre que comparta sus ideas y que sea sano, de acuerdo con su interés por la eugenesia, solo para concebir una niña sin amor, pasión ni placer. Encuentra entonces a un marino que resulta ser un estafador que ha violado a su sobrina y que está obsesionado por el sexo, justamente lo contrario a lo que buscaba. Aurora queda  embarazada y se traslada a Madrid, donde nace, en 1914, su hija Carmen Rodríguez, a quien decide llamar Hildegart, que significa ‘jardín de sabiduría’ en alemán. Sin conocer las actividades propias de la infancia, la niña Hildeguart  aprende a leer antes de los dos años, escribe antes de los tres, y a los ocho domina varios idiomas. A los trece años termina el Bachillerato y a los catorce ya escribe en periódicos, dicta conferencias, escribe varios libros y participa en política; a los catorce, ingresa a las juventudes del Partido Socialista Obrero Español y a los diecisiete, termina la carrera de derecho, aunque no puede ejercer la abogacía por no haber alcanzado la mayoría de edad. En sus trabajos predominan los temas políticos, en particular la igualdad de mujeres y hombres, pero muy especialmente la libertad sexual y reproductiva. La intensa labor de Hildegart en sus dieciocho años de vida, bajo el control incesante de su madre Aurora, le permitió dejar trece libros escritos, y una monografía titulada La Revolución Sexual, que vendió 8.000 ejemplares, solo en Madrid, en la primera semana tras su publicación.

Pero Aurora no tolera que su hija salga sola o que visite a otras personas. La tortura psicológicamente de forma constante, no la deja dormir, marca su cuerpo para que no tenga relaciones sexuales, la persigue y la vigila. En tanto, Hildegart alcanza prestigio internacional en el campo de la sexología y, alentada tanto por Havelock Ellis, máximo exponente de la sexología del momento, como por el escritor inglés Herbert George  Wells, admirador de su inteligencia, prepara un viaje a Londres en contra de la opinión de su madre. Es entonces cuando Aurora cree que su proyecto está en peligro, por lo que decide matarla el 9 de junio de 1933, luego de velar su sueño toda la noche, verificar que estaba bien dormida y comprobar el funcionamiento del arma, le dispara con calculada frialdad cuatro veces con un pequeño revólver: dos veces en la sien izquierda, una en el corazón y otra en la cara, lo cual revela su deseo de destrozarla. Acto seguido, se dirige a la casa de un abogado y se entrega a la policía.

Aurora Rodríguez fue condenada a veintiséis años, ocho meses y un día de prisión, pero le preocupaba no ser considerada una loca, por lo cual argumentó que Hildegart le había pedido que la matara, porque no estaba cumpliendo la misión encomendada ni respetando los mandatos de su madre. Sin embargo, no llegó a cumplir   su castigo en la cárcel, pues en 1936 se produce una liberación masiva de presos. De esta manera se pierde su pista hasta que se encuentra, años después, un manuscrito en el manicomio de Ciempozuelos, en donde aparece la historia clínica de Aurora, quien siguió empecinada en reformar primero la cárcel, luego el manicomio, al tiempo que elabora compulsivamente muñecas con pene erecto, para finalmente hundirse en la depresión hasta morir en dicho lugar, en el año 1950.

La parricida dejó impresiones divididas, como atestigua la opinión pública de los años treinta y en los propios psiquiatras que tuvieron que hacer sus informes periciales para el proceso que siguió al crimen. No sabemos de qué lado de la frontera de la demencia estaba aquella mujer que mostraba una absoluta frialdad en lo concerniente a su hija, de cuyo asesinato siempre se mostró orgullosa y dispuesta a repetirlo si la ocasión le hubiera sido dada. Una mujer capaz de ser violenta durante el proceso, en la cárcel y en el sanatorio psiquiátrico con el personal y con las compañeras, pero que del mismo modo proponía constantemente reformas de todo tipo, a la vez que tenía atenciones hacia las personas que la rodeaban.

Aurora no se ve más que a sí misma en Hildegart; todos y todo deben obedecer a sus puntos de vista, que deben ser considerados irrebatibles, pues es ella la portadora de la verdad. Y es que en Aurora hay una imparable ansia por ser admirada, lo que la incapacita para poder reflexionar de forma coherente. Vive más preocupada por su actuación, por el reconocimiento de sus acciones más que en la eficacia y utilidad de las mismas, lo que explica la racionalidad que despliega en sus actos más irracionales, como cuando decide fabricar a un ser perfecto que atienda las necesidades de la humanidad, o como cuando dispara en puntos calculados y premeditados sobre  su hija Hildegart. Así, convierte al crimen finalmente en lo que deseaba: un espectáculo que sigue todo un país, el mundo entero. Es entonces cuando toda la atención se vuelve sobre Aurora cuando se sabe que asesinó a su hija y su juicio es uno de los más sonados  de la época, sentando un precedente, involucrando a políticos importantes de la época, y poniendo en tela de juicio a las ideologías del momento, porque Aurora quiere dejar en claro sus razones y sus criticas siempre -para explicar a los demás que es ella quien tiene la razón, y que sus ideas son geniales- su visión es el patrón al cual el mundo debe someterse.

Es el Narciso una personalidad que, aun cuando pueda poseer una aguda inteligencia, esta se haya obnubilada por la visión grandiosa de sí mismo y por su hambre de reconocimiento, es Aurora que narcotizada por sus verdades auto-dirigidas, no es capaz de atender lo que el mundo objetal le señala.

Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aún más porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal. Aquel que rechaza la moral no es abyecto –puede haber grandeza en lo amoral y aun en un crimen que hace ostentación de su falta de respeto de la ley, rebelde, liberador y suicida. La abyección es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda.

Comentarios (1)

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aurora667 • Hace 3 años

Esta interesante historia no la conocía ; gracias por compartirla