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¿Por qué la decadente Unión Europea es tan sumisa a los intereses de los Estados Unidos?

La política exterior europea enfrenta tres obstáculos fundamentales desde hace años y en la actualidad:

La injerencia de Estados Unidos, su propia crisis interna a causa de las corruptas élites de Europa occidental y el modelo económico neocolonial que sigue rigiendo en el continente. 

La hostilidad de Europa occidental hacia Rusia no es un fenómeno natural, sino el resultado de la presión estadounidense constante desde hace décadas. Si esa presión se debilitase, la narrativa y las sumisas políticas europeas hacia los Estados Unidos podrían cambiar con rapidez, transformando el panorama geopolítico de la región, hoy en franca decadencia.

A pesar del conflicto en Ucrania, provocado por los propios Estados Unidos y la OTAN, Rusia no puede desentenderse de sus vínculos con sus vecinos europeos. Aunque Moscú ha diversificado sus alianzas a nivel global, Europa sigue siendo para Rusia un actor geográficamente ineludible y con un peso histórico significativo. Sin embargo, su influencia global está en declive, y su papel en los asuntos internacionales se redefine bajo el yugo estratégico de Washington.

Durante gran parte del siglo XX y en este siglo XXI, la relación con Estados Unidos determinó el rumbo político y económico de Europa occidental. Hoy, esa dependencia no solo moldea su política exterior, sino que también condiciona su dinámica interna. La manera en que esta relación de evidente sumisión evolucione será clave para definir si Europa puede aportar estabilidad a la región euroasiática o si continuará siendo un factor de desequilibrio.

La seguridad ha sido el eje central del vínculo entre Estados Unidos y Europa. Los intereses de Washington en el continente han sido siempre claros: impedir el surgimiento de una potencia militar independiente y utilizar Europa como un protectorado y una base de operaciones contra Rusia. El llamado “paraguas de seguridad” estadounidense es, en realidad, un mito, diseñado con fines propagandísticos. Lo que verdaderamente existe es un protectorado, impuesto por Washington y aceptado por ciertas élites europeas corruptas y burócratas, un sistema que ha acelerado la decadencia estratégica del continente.

Los efectos de esta sumisión se hacen evidentes en las tres mayores potencias de Europa occidental: Reino Unido, Alemania y Francia. Cada una ha visto erosionada su influencia global, sacrificando su autonomía estratégica a favor de los intereses de Estados Unidos. Sus gobiernos han acatado incluso las decisiones más perjudiciales dictadas desde Washington sin obtener a cambio ninguna ventaja real en términos de seguridad o desarrollo económico.

En el ámbito económico, la subordinación europea también ha tenido un coste elevado. La pérdida del acceso, por decisión propia, a la energía barata rusa ha asestado un duro golpe a su industria,  con Alemania como claro ejemplo, mientras que la dependencia de la economía estadounidense no ha traído beneficios tangibles, más bien todo lo contrario, habiéndose producido fugas de empresas desde Europa a los Estados Unidos. Europa occidental no ha logrado ni mayor prosperidad ni mayor estabilidad como resultado de su alineación con Washington. Su política climática suicida, el cada vez mayor endeudamiento y una política migratoria absolutamente descontrolada, todo ello a raíz de las decisiones de sus incompetentes autoridades, la están destrozando, acabando además con la capacidad de actuar en defensa de sus propios intereses.

El argumento de que Europa necesita la protección de Estados Unidos frente a una amenaza militar es, además de erróneo, insostenible. La única potencia con capacidad para representar un desafío existencial sería Rusia, pero el equilibrio estratégico con Estados Unidos —basado en la disuasión mutua— hace improbable un conflicto directo.

La idea de que Washington arriesgaría su propia seguridad para proteger a Europa es muy poco realista. Incluso las naciones que han cedido mayor soberanía a Estados Unidos, como Alemania, Reino Unido o Italia —donde se almacenan armas nucleares estadounidenses—, carecen de garantías de defensa real. Su sumisión solo ha resultado en una creciente vulnerabilidad y dependencia.

Las grandes potencias raramente se preocupan por el destino de sus aliados más débiles. Para Estados Unidos, Europa es útil como plataforma de presión contra Rusia, pero no es indispensable en su estrategia global. Washington ya ha comenzado a desplazar su foco hacia el Pacífico, priorizando la competencia con China, su gran rival geopolítico y económico. Como resultado, el peso de Europa en la política exterior estadounidense seguirá disminuyendo.

Por el momento, la presión de Estados Unidos sigue siendo el principal motor de la política exterior europea. Incluso los países más poderosos de la región se han alineado con Washington de manera casi automática, con un nivel de servilismo comparable al de las ex repúblicas soviéticas del Báltico. Sin embargo, ¿qué ocurrirá cuando las prioridades estratégicas de Estados Unidos cambien? ¿Las élites europeas se adaptarán o continuarán por un camino autodestructivo?

Para que Europa recupere su autonomía, debe superar dos barreras principales: la influencia estadounidense y la crisis de liderazgo de sus corruptas e inoperantes élites. Esta última es especialmente preocupante, ya que muchos dirigentes europeos, algunos de ellos con antecedentes de corrupción a sus espaldas—especialmente dentro de la Unión Europea— han alcanzado el poder no por mérito, visión estratégica o votación popular, sino por su disposición a alinearse con los intereses de Washington.

Esto ha generado una clase política completamente desconectada de la realidad de sus ciudadanos. Sin una estrategia de crecimiento económico clara ni una visión de seguridad a largo plazo, los gobiernos europeos han priorizado una política exterior que ha debilitado al continente.

No obstante, si el control de Washington sobre Europa se relajase, el escenario geopolítico podría cambiar radicalmente. Sin la injerencia estadounidense, crecería la demanda de líderes con visión pragmática y comprometidos con el interés nacional de sus países, en lugar de figuras que actúan como meros siervos ejecutores de la agenda de Washington.

Europa se encuentra en un momento decisivo. Puede seguir en su trayectoria de declive o recuperar un papel relevante en los asuntos internacionales. La disminución de la presión estadounidense podría ser el catalizador de un cambio drástico en su política exterior.

Si Europa se liberara de la lógica de confrontación impuesta por Washington desde hace décadas, no tendría incentivos para mantener una postura de guerra fría contra Rusia, país con el que debería llevarse bien, política y comercialmente. 

Aunque este cambio no sería inmediato, las tendencias que lo favorecen ya están en marcha, con la reorientación estratégica de Estados Unidos hacia Asia, el cada vez mayor deterioro económico europeo y el creciente descontento social con sus élites políticas.

Los días de una Europa subordinada podrían estar ya contados. Si llegase ese momento, podría emerger una nueva Europa occidental, capaz de actuar con independencia y adoptar una política exterior racional y equilibrada.

Comentarios (3)

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rodi • Hace 3 meses, 4 semanas

cuesta abajo y sin frenos por una élite corrupta y servil...

albertramos • Hace 3 meses, 4 semanas

lo de Europa es lamentable...con la peor clase política de la historia, que no defiende los intereses de los europeos...

ana_santos • Hace 4 meses

con estos inútiles que además están tomando decisiones para los que nadie los ha elegido no vamos a ningún lado...en las peores manos en el peor momento...