Se llama Bonifacio, y está ubicada en el extremo sur de la isla de Córcega (Francia).

Situada en un emplazamiento privilegiado, en lo alto de un promontorio rocoso de piedra calcárea blanca, sus casas se sitúan al borde de un llamativo acantilado.

Frente a ella se encuentra el archipiélago de las islas Lavezzi (cientos de islotes situados 10 km al sur, conocidas por la riqueza de sus fondos marinos y paraíso de buceadores), y al fondo, la isla italiana de Cerceña, lo que hace que el paisaje y las vistas panorámicas desde la ciudad sean aún más hermosas.

Para quien no la conozca, es una ciudad fortaleza que ha sido sitiada y destruida en numerosas ocasiones a lo largo de la historia, por lo que la arquitectura de sus fortificaciones tiene influencias muy variadas (pisana, medieval o “genovesa”, francesa...).

Fue construida en el siglo IX por el marqués de Toscana, Bonifacio II. Tras diversas luchas de siglos por controlar la ciudad, los genoveses se instalan en 1195, lo cual marca el principio del desarrollo de Bonifacio, gracias a la gran autonomía que le habían concedido los genoveses y, sobre todo, gracias a su posición estratégica en medio del Mediterráno. Se convirtió en uno de los principales polos militares y marítimos de Córcega.

Este desarrollo económico dio lugar a más ataques, y aunque la ciudad estaba bien protegida desde el punto de vista militar, no lo estaba para luchar contra la gran peste que diezma tres cuartos de la población en 1528. Lo que hizo que no aguantase el sitio de Dragut en 1533 que destruyó la fortificación medieval. Reconstruida por los franceses fue de los genoveses hasta 1768.

Si llegan hasta aquí, cosa que recomiendo, encontrarán que la ciudad se divide en dos partes: la marina, con el puerto con los barcos pesqueros y deportivos, con sus restaurantes, cafés, terrazas...muy concurrida; y la ciudad vieja medieval (Ville haute), sobre el promontorio rocoso, con sus casas altas y sus callejuelas estrechas.

La mejor forma de visitar esta ciudad, la isla en general, es alquilando un coche, y así podrán visitar también Ajaccio, a menos de 2 horas (ciudad natal de Napoleón Bonaparte), Bastia, a menos de 3 horas (ciudad de arte e historia), el sendero al Faro de Pertusato, un paseo de 3 horas cuyo camino ofrece vistas espectaculares del estrecho Bouches de Bonifacio, que separa la isla italiana de Cerdeña y Córcega, y el Col de Bavella, en la montaña, a menos de media hora (con su imponente estatua de Nuestra Señora de las Nieves: desde allí las vistas son de una sobrecogedora belleza).

No se deben perder la Escalera del Rey de Aragón (L’Escalier du Roy d’Aragon), una insólita escalera con 187 escalones que, según la leyenda, fue excavada en una noche por las tropas del Rey de Aragón en 1490.

Desde este lugar las vistas son maravillosas, eso sí, la bajada es escarpada, por lo que hay que ir con cuidado, pero abran bien los ojos para no perderse nada; después, una vez abajo, hay que recorrer el camino excavado en el acantilado, a unos metros del mar, de aguas azul turquesa, para llegar al pozo de agua dulce St Barthelemy (en realidad, la Escalera del Rey de Aragón fue realizada para llegar al pozo).

Además, diferentes compañías marítimas situadas en la marina les propondrán paseos en barco para descubrir las calancas, o las cuevas marinas como la grotte du Sdragonato o Grotte du Dragon, a la que se llega después de haber rodeado el faro de la Madonetta.

Entre las playas más recomendables de la zona están Rondinara, Santa Guilia y Palombaggia, que ya está en Porto Vecchio, una playa de arena fina y pinares. Y la Playa Roccapina, solitaria, escondida.

No puedo dejar de mencionar la gastronomía corsa, sus especialidades del mar, sobre todo el marisco y el pescado fresco, en cualquiera de los magníficos restaurantes que hay en el corazón de la ciudadela.