A mediados del siglo XIX se presenta un fenómeno sumamente interesante: la locura inducida mediante estupefacientes. Sin embargo, no se trata de una situación nueva pues la búsqueda de estados extáticos data de miles de años. Desde la más remota antigüedad el ser humano ha tratado de modificar artificialmente sus funciones mentales para alcanzar un mayor dominio sobre la naturaleza, sobre sí mismo, sobre los demás y sobre los procesos creativos.
Se han encontrado residuos de amapola, de la que deriva el opio, en excavaciones de restos humanos de la Edad de Piedra en Italia y Suiza. Se sabe que los sumerios (3000 a. C.) llamaban ‘suerte’ o ‘alegría’ al jugo de la amapola. En Los Vedas (los cuatro textos más antiguos de la literatura india) se habla del soma, una planta que se creía originaria del cielo que había sido traída a la tierra por un águila, y que proporcionaba una sensación de felicidad y bienestar inigualables. También en el México antiguo se conocía el uso ritual de hongos alucinógenos, como el teonanácatl, que significa ‘carne de los dioses’. Parte del interés en la locura inducida por estupefacientes en el siglo XIX tuvo su origen en el campo de la anestesia y en el descubrimiento y desarrollo de productos para combatir el dolor, y parte importante también en las drogas, cuyo consumo no tenía otro propósito que crear estados alucinatorios.
En este contexto, la investigación médica dio un paso muy atrevido: experimentar para poder hablar de la locura. Hasta ahora, el loco había sido objeto: de cuidados, de descuidos, de burlas, de reverencia, de abusos, de terapias, de observación; esto significa que alguien siempre hablaba de él. Ahora se trata de hablar y registrar las experiencias del loco desde su punto de vista, y para conocer a fondo esa perspectiva no queda otro remedio que volverse uno de ellos o, al menos, someterse a un estado lo más parecido posible al delirio. La obra del psiquiatra francés Moreau de Tours, titulada Del hachís y de la alienación mental, publicada en 1845, fue básica en todo este proceso. Parte de la hipótesis de que los sueños se identifican con la locura, a los primeros nos es grato conocerlos por cuenta propia, pero no así a la otra, pues para conocerla tenemos que verla desde fuera, como simples espectadores en el mejor de los casos. “Por consiguiente (sostiene el psiquiatra Moreau de Tours), es necesario ser loco experimental; esta locura experimental está a nuestro alcance, podemos proporcionárnosla mediante la embriaguez con hachís”. Esta droga le proporcionará un modelo de la locura en su búsqueda de tratamientos para la misma. Después de Moreau de Tours y siguiendo su consejo de experimentar en sí mismos, otros investigadores recurrieron a diversas sustancias como el éter, la cocaína y el alcohol con el mismo propósito científico.
Llegados a este punto de la historia de la locura, es obligado hablar de Sigmund Freud.
Ello, ego, super-ego, represión, transferencia, sublimación, libido, consciente, inconsciente, son términos que maneja el psicoanálisis. El uso y abuso de estas nociones ha dado lugar, en parte, a lo que se conoce como la ‘lectura freudiana’ de la literatura cuya característica principal, sería su insistencia en el papel preponderante de la sexualidad en un texto. Este enfoque ha provocado distorsiones y la aplicación literal de la teoría de Freud para interpretar personajes, acciones, motivos, deseos o cualquier otro punto de una obra, lo que ha dado lugar a que muchos, con tintes anti freudianos de diferente intensidad, se pronuncien en contra de este tipo de lectura. El hecho innegable es que la literatura se sintió atraída por el psicoanálisis, el mismo Freud informa que en Francia los literatos fueron los primeros en interesarse por este nuevo campo de estudio, y que sus observaciones sobre el Hamlet de Shakespeare fueron aplicadas por algunos como Ernest Jones y Otto Rank quien, en su obra Motivo del incesto, demuestra que los poetas eligen muy frecuentemente el complejo de Edipo como motivo.
Allen Thiher nos dice que el pensamiento de Freud representa una forma literaria de explicar la locura porque lo hace en términos de símbolos y alegorías como la que le permite explicar la personalidad como la lucha entre ‘tres actores’: el ello, el ego y el superego; o la del complejo de Edipo que Freud coloca en el centro del desarrollo de la neurosis. El estudio de la tragedia inspiró muchas de sus ideas importantes y explica ciertos momentos trágicos en términos de la nueva ciencia que estaba fundando, así el Destino −principal personaje trágico− y el oráculo se convierten en ‘materializaciones’ de las necesidades de la vida psíquica: “El hecho de que el héroe peque sin saberlo y contra su intención, constituye la exacta expresión de la naturaleza inconsciente de sus tendencias criminales”. Desde este punto de vista, Edipo, al tratar de evitar el Destino en realidad estaba buscando encontrarse con él aunque lo ignorase.
Podríamos incluir otros ejemplos como los anteriores, pero en realidad lo que importa es lo que constituye la médula del trabajo psicoanalítico que es, la narración, que le permite descubrir los orígenes de las represiones y su devenir en psicosis −cuando recrea la realidad− o en neurosis −cuando la niega−. La importancia del relato, que se basa en la asociación libre de ideas, tiene como antecedente su trabajo con la hipnosis como medio de acceso a la memoria del paciente, y la memoria sería un lugar donde se encuentran todas esas historias −aun las más incoherentes− que tienen tanto que decir.
Con Freud volvemos a encontrar la noción de locura como una forma de revelación que se identifica con el sueño y con la poesía porque constituyen caminos para recrear la realidad. Las obras de arte son análogas a los sueños en cuanto se trata de ‘satisfacciones fantásticas de deseos inconscientes’. La fantasía proporciona al loco y al artista una estrategia para reemplazar la realidad exterior −con la que no se puede vivir− con una realidad ‘construida’, y considera por esto que la psicosis es una ‘forma de arte’. Los dos se refugian, por tanto, en ese mundo fantástico que ambos crean, aunque se diferencian en que en tanto el artista encuentra el camino que le permite regresar a la realidad, el loco no.
Esta relación del arte con la locura, sin ser nueva, contribuyó a hacer del delirio una voz preponderante y un derecho que puede ejercerse en forma muy especial en la literatura; se trata de un movimiento que se pronuncia en contra del control y la cura aunque con frecuencia implicara, en el mismo acto que defiende, la creación suprema y un estrepitoso derrumbe del hombre. Hablábamos antes de la influencia de Moreau de Tours; pues bien, los escritores escucharon y siguieron su consejo: “Haced lo que yo, tomad el hachís, experimentad en vosotros mismos.
Este fenómeno tiene un profundo impacto en la literatura que se convertirá en un medio para plasmar experiencias de locura tanto natural como artificial. Al año siguiente de la edición de la obra de Moreau de Tours, Théophile Gautier publicó “Le club des hachichins”, en que relata su primer encuentro como miembro de dicho club y describe todos los estados por los que se atraviesa tras el consumo de la droga: al ‘jubiloso frenesí’ sigue el kief, “… un bienestar indefinible, una calma sin límites”. Se organizaban reuniones formales muy selectivas a las que asistían diversos personajes y cuyos integrantes tenían como rasgo en común el consumo de hachís y un enorme deseo de experimentar.
Estas veladas de adictos al hachís se llevaban a cabo en el Hotel de Pimodan y, además de Gautier, asistían a ellas otros escritores y pintores de la talla de Baudelaire, Honoré Daumier, Gérard de Nerval, Delacroix, Boissard, Ernest Meissonier, e investigadores como el mismo Moreau de Tours. Si bien en algunos casos ingerir sustancias tenía un propósito paliativo para el dolor, es impresionante la frecuencia con que se consumían buscando en experiencias nuevas y sobrecogedoras la inspiración y el estado necesario para la creación artística. Se sabe que Maupassant padecía terribles migrañas que intentaba aplacar con éter, pero también consumió opio y hachís con lo cual mezcla las experiencias alucinatorias de las drogas con sus propias obsesiones que plasmó en textos como El Horla y en otros cuentos de locura. También fue el caso de Marcel Proust, que, para tratar su asma, consumía cocaína.
Han sido incontables los escritores y artistas que han buscado “... abiertamente la embriaguez de las sustancias tóxicas por la experiencia sensorial que proporciona, la cual alimenta el trabajo creativo”. Si bien es cierto que en la locura hay errores, silencio y ‘ausencia de obra’, también lo es que multiplica las asociaciones, sugerencias e ideas, y se dice que es más versátil el pensamiento. Huxley, Sartre y Junger hicieron asimismo sus experimentos, bajo control médico, ingiriendo mescalina o LSD para describir sus efectos. Los límites de la razón bajo los efectos de las drogas han sido plasmados por numerosos autores en narraciones y ensayos que fueron escritos después de este tipo de experiencia: quizás el más famoso fue Aldous Huxley en su obra (Las puertas de la percepción).
Es posible considerar que este tipo de locura es, en cierta manera, muy cómodo porque se le busca y se le da cita: una hora, un día. De esa locura se puede uno despedir de ella al terminar el encuentro; es posible ‘estar loco sin perder la cordura’, al menos en los casos en que la adicción o la dosis consumida no llegan al grado de impedir el retorno. La situación de quienes la padecen no en forma artificial sino natural y forzosa es diferente: hay un gran sufrimiento de por medio, una profunda angustia por los accesos no controlados que se sabe pueden sobrevenir en cualquier momento sin avisar. No se trata para ellos de una curiosidad −científica, poética o de cualquier tipo− sino de una sentencia inapelable. Gérard de Nerval, quien termina su vida en un manicomio sumido en la demencia sufrió y sufrieron también Van Gogh, Nietzsche, Hölderlin, Styron y tantos, tantos otros. Crearon parte de su obra en ese estado angustiante y nos legaron narraciones y poemas, en ocasiones conmocionantes, que describen con términos aterradores que nos permiten saber un poco de su tormento.
¿No es acaso sufrimiento lo que leemos en Nietzche cuando clama: “Lo que me llena de espanto no es la terrible figura que hay detrás de mi silla, sino su voz; y tampoco las palabras, sino el tono inhumano ¡Ay! Si por lo menos hablara como hablan los humanos”?. Tanto si es buscada y recreada artificialmente o padecida y sufrida sin remedio, la locura, al menos ciertos tipos de ella, puede intervenir en la creación. Nerval que, “en plena locura, durante los dos últimos años de su vida, nos lega el terrible y sublime canto inacabado de Aurelia”, considera que durante sus periodos de locura se sentía muy bien y con una extraordinaria energía. En esos momentos le parecía saber y comprender todo, y tener una gran imaginación, al grado que piensa que es posible que la recuperación de la razón conlleve el riesgo de perder esas facultades. En 1841, escribió en una carta la siguiente declaración: “Temo estar en una casa de cuerdos y que los locos estén fuera”.
No es el único que piensa que la verdadera locura es la del mundo de la razón, con toda su crueldad, inautenticidad e incomprensión. Encontraremos con frecuencia en el siglo XX esta idea que la locura es considerada un componente del contexto, de la realidad exterior; la locura está en el discurso ‘racional’ o logos que destruye la autenticidad del ser; es este el sentido que le da Flaubert: los que se creen no locos y que están convencidos de vivir ‘dentro’ de la razón y de la sociedad son los que en realidad están fuera. André Breton también estará plenamente de acuerdo; el autor surrealista piensa que la locura coincide con la verdad y la pureza de los valores morales y considera que el manicomio es una especie de fortaleza que protege contra la perversión de la expresión artística en manos del capitalismo galopante que impera en la sociedad.
Antonin Artaud constituye otra historia interesante: auténtico enfermo para la psiquiatría, auténtico poeta para la literatura. Se levanta en defensa de Van Gogh, de su locura que compara con la del mundo en un intento por demostrar que esta última constituye la verdadera demencia. Cómo va a ser loco el querido pintor, clama, si no pasó de asarse una mano y cortarse una oreja, en medio de un mundo absolutamente convulsionado y cruel: Y así es como la vida actual, por más delirante que pueda aparecer esta afirmación, se mantiene en su vieja atmósfera de estupro, de anarquía, de desorden, de delirio, de desenfreno, de locura crónica, de inercia burguesa, de anomalía psíquica (pues no es el hombre sino el mundo el que se ha vuelto anormal), de intencionada deshonestidad y de hipocresía insigne, de miserable desprecio por todo lo que acredita linaje. Arremete furioso contra la psiquiatría, a la cual considera un invento destinado a callar aquello que a la sociedad le molesta y que no desea escuchar. Y no solo cuestiona y critica a los psiquiatras, sino que los culpa directamente del suicidio de Van Gogh.
El caso de Antonin Artaud es estremecedor en sí mismo; su obra nace de un sufrimiento profundo y desgarrador, de una locura que no le impide crear. Su interés no se limitaba a transmitir y enseñar sus experiencias, sino que quería que el público las experimentara por sí mismo; no obstante, incomprendido, muchas veces se quedaba totalmente solo. En una ocasión, al dar una conferencia en la Sorbona, trató de demostrar en qué consistía ser una víctima de la plaga y transformó su argumento en una actuación enloquecida: gritaba en forma delirante y desesperada. Se esforzó porque se viviera una experiencia y de este modo aterrar y despertar al público, pero éste, desconcertado, abandonó el lugar dejando al pobre Artaud retorciéndose en el suelo.
La defensa de la locura como un elemento indispensable de la creación ha puesto en tela de juicio la conveniencia de los tratamientos curativos. Jean Dubuffet sostiene, años más tarde, la misma postura que Breton al considerar que cuando un enfermo se cura pierde la creatividad. El ‘art brut’ de la locura, como lo llama, debe ser preservado como si se tratara de un santuario, ya que de no hacerse así se mata, junto con el padecimiento, el genio creativo. Se cree que los tratamientos, en muchos casos, “... se oponen a las fuerzas inconscientes que son el motor de la obra, limitan el descenso a los infiernos que el poeta necesita para poder acercarse a su verdad”. Sí, el sufrimiento extremo, si bien destruye y desgarra, es también una fuerza que lleva al hombre a crear; en este sentido encierra una perfección muy propia. El problema es que ese descenso a los infiernos es tan profundo que en él, a veces el retorno no está garantizado.
Por supuesto, no siempre tiene esta connotación sublime, no todos los artistas locos ni los científicos están de acuerdo con esta idealización de la locura; piensan que la realidad es otra, más negra, más pesada, más angustiante. Willian Styron, quien la padeció, se declara, en en su obra Esa visible oscuridad, en desacuerdo con esa ‘concepción metafísica’, como la llama, y contra quienes no comprenden que se trata de un ‘verdadero sufrimiento vital’. Describe su enfermedad con términos tales como ‘sofocante angustia’, ‘sentimiento de terror’, ‘la oscuridad me invadía tumultuosamente’, ‘siniestros estigmas’ y otros semejantes. Poco antes de internarse en un hospital, en un momento en que ya tenía planeada su propia muerte, narra cómo salió de su casa y: “... experimenté una curiosa convulsión interna que acierto a describir únicamente como desesperación más allá de la desesperación. Salió de la fría noche; no creía posible angustia semejante”. También, se sabe que Georges Bataille recurrió a la terapia psicológica para poder continuar su obra escrita: al creer que se estaba volviendo loco buscó ayuda profesional y después de un tiempo, al sentir que la locura estaba controlada, pudo seguir escribiendo.
Los surrealistas manifestaron, asimismo, un agudo interés y no solo eso, también ellos se proclamaron en defensa de los estados alucinatorios de la locura y trataron de extraer razón de la sinrazón, de sistematizar lo irracional. Para André Breton el loco es víctima de su imaginación pero también recibe mucho consuelo de ésta y dice convencido que podría pasar su vida descubriendo los secretos de la locura. Los poetas surrealistas además de plasmar la locura en su obra, la exaltaron; será para ellos tema pero también mecanismo de creación y forma de la más profunda protesta existencial.
El caso de Dalí, es en extremo interesante: para él la locura fue una identidad necesaria, lo que lo caracterizó y diferenció. El renombrado pintor también escribió y narra su situación. Nació 10 meses después de la muerte de su hermano, llamado como él, Salvador, con quien en todo momento lo compararon sus padres. La presencia ‘ausente’ del ‘otro’ marcó su personalidad: “Yo nací doble, con un hermano de muerte, que tuve que matar para ocupar mi propio lugar, para obtener mi propio derecho a mi propia mente”. Sus conocidas excentricidades, entre ellas su apariencia, provienen de un inmenso afán no solo de notoriedad sino de existencia por cuenta propia, y la locura le sirve como diferencia, separación de aquel hermano muerto.
Para Allen Ginsberg, Theodore Roethke, John Berryman y Silvia Plath se trata, una vez más, tanto de un tema como de un modo de creación. Recurren a procesos de disolución psíquica para poner en libertad sus visiones y su angustia más profunda y para exponer su crítica a la sociedad, en especial la de la posguerra. Todos ellos utilizan su propia experiencia alucinatoria como elemento importante de la creación. Allen Ginsberg aboga por el uso de las drogas como un medio de expansión de la conciencia y de explorar la mente en busca de material y de inspiración. Al identificar lo racional con lo represivo masculino, será además reclamada como un derecho por autoras feministas −Emma Santos, Marguerite Duras− quienes, por medio de la locura, intentan romper y deslindarse lo más posible de ese discurso masculino. Estas autoras reclaman la locura como una postura y una identidad femenina, aun en los casos en que el loco es un hombre, ya que se trata de una forma de comunicación que no está regida por oposiciones binarias típicamente masculinas que son producto del logos.
Queda claro, que la ‘irracionalidad’ ha sido desde tiempo atrás una ‘razón’ para hacer literatura, la cual siempre ha sucumbido a su hechizo. El loco ha recorrido un camino muy largo a veces vestido con ropas de santo, otras disfrazado con ridículas máscaras, ha visto y oído todo y también ha conocido todos los destinos posibles e imaginables: la locura ha sido ceguera irremediable y visión especial, castigo y privilegio, conciencia y decadencia moral, pecado y enfermedad, aberración demoníaca e inspiración divina o artística, explosión e implosión; ha sido diversión para unos y tormento para otros. Pero vemos que, en todas sus manifestaciones, apariencias y posturas ha dado cabida, de una u otra manera, a la más absoluta desmesura.